“El Alquimista” de Paulo Coelho en uno de esos libros que, guste más o menos, siempre vamos a poder sacar alguna enseñanza para nosotros, se ajusta perfectamente a nuestras necesidades espirituales y existenciales.
El libro nos cuenta el viaje de un joven pastor desde los campos andaluces hasta Egipto, en el que vive diversos acontecimientos que le irán marcando en su forma de vivir.
Paulo Coelho lo escribió en el año 1988 y desde entonces no ha dejado de ser un libro de iniciación tanto para jóvenes como adultos. En definitiva, escuchar nuestro corazón quizás sea una de las enseñanzas más importantes para nuestro desarrollo como seres humanos.
A partir de su lectura, me gustaría destacar tres importantísimas enseñanzas:
1. Las señales son importantes para nosotros
Este es un tema que puede llevar a equívocos o a distintas opiniones. Pensamos que el mundo nos manda señales, como si este tuviera una voluntad propia. Puede que sea así o no, pero lo destacable es que, independientemente de esta forma de pensar, las señales sí son percibidas por nosotros.
Es decir, donde deberíamos poner el foco no es en la intención de la señal, sino en lo que puede significar para nosotros. La misma señal puede ser interpretada de diferentes maneras por distintas personas, ¿verdad?
Y es que, si una señal nos llama la atención, la sentimos como algo importante, eso quiere decir que en nuestro interior algo se ha removido y por tanto, es hacia nuestro propio interior a donde deberemos dirigir nuestra mirada.
¿Qué nos remueve?, ¿qué nos hace sentir?, ¿por qué me ha tocado?, ¿para qué debo enfocarme en esa sensación? Estas y muchas otras preguntas son las que deberíamos hacernos cuando sintamos que hemos recibido una señal, y no tanto el buscar una explicación divina que nos haga sentirnos centro y origen del mundo.
2. Sentir el sentido de la vida es vital
Es muy normal hablar de que todos tenemos un proyecto, una tarea que realizar en esta vida, que hemos venido aquí para culplir con algo, o que existe un plan trascendental para nosotros y que es nuestro deber el cumplirlo.
Pero no voy a entrar en este conjunto de ideas. Creo que lo más importante no es si es así o no, sino en sentir que nuestra vida tiene un sentido; bien planteado como una misión vital, bien como pequeños ejecutores de un plan superior a nosotros.
Sentir ese sentido nos motiva, ilusiona y nos hace creer que somos algo más que meros seres biológicos cuyo único fin es que nuestro ADN se reproduzca, algo que no es incompatible con la idea del sentido vital.
En definitiva, sentir este sentido vital nos hace movernos y luchar por sueños, metas, objetivos, potenciales futuros que nos van a hacer mejores seres y sentirnos mejor con nosotros mismos y nuestras vidas, por muy difíciles que se nos presenten.
3. El verdadero tesoro lo tenemos en casa
Cuando empezamos a ser conscientes de que somos algo más que seres biológicos sufrientes y queremos descubrir aquello que nos haga sentir como personas trascendentes en serenidad y plenitud, vemos que existen multitud de caminos para lograrlo.
Filosofías, religiones, caminos espirituales, iglesias, movimientos más o menos doctrinales, políticas… buscamos, buscamos y buscamos hasta que nos sentimos a gusto en alguno de ellos, pero, ¿no acabamos siempre mirando en nuestro interior y descubriendo que la meta estaba ya ahí?
Quizás sean necesarios recorrer todos los posibles caminos inimaginables para llegar a uno mismo, pero lo indudable es que el tesoro, el verdadero tesoro está con nosotros ya, en nuestro interior.
Para concluir, me gustaría dejar unos versos que conocí hace poco de R. Kipling y que hablan de esto mismo; aquí están:
“Y así tus ojos, adentro tornados,
descubrirán tu tesoro escondido
bajo la tierra de tus propios campos,
junto a tu hogar, en tu umbral,
en el polvo del camino que trillas a diario.»